Subtítulo: Se divierte mientras el lector es asesinado y yo me divierto
Estados Unidos tiene un plan para apoderarse, como siempre, del universo. Mientras todos llegamos tarde, Nick Carter tiene un plan para derrotar a cualquiera que quiera apoderarse del universo. Universo en el que él, quien lo escribe y quien lo lee comparten ese destino formidable de la narrativa de Mario Levrero, donde plan, misión, método y azar se convierten en palabras con un significado distinto del que tienen habitualmente. Así como triunfo o éxito. Con mejor puntería que nunca, el genio único de Levrero nos conduce por una serie de pasajes y galerías que suman la sordidez y la contundencia del thriller con la intriga de la novela de espías para dejarnos en el umbral majestuoso donde nos es dado reconocer y admirar la más generosa y refinada literatura.
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MARIO LEVRERO
Sinopsis
Nick Carter
NICK CARTER Y LOS APUROS DE UN LORD
I
II
III
IV
V
I
II
III
* * *
MARIO LEVRERO
Nick Carter
Mondadori
Sinopsis
Subtítulo: Se divierte mientras el lector es asesinado y yo me divierto
Estados Unidos tiene un plan para apoderarse, como siempre, del universo. Mientras todos llegamos tarde, Nick Carter tiene un plan para derrotar a cualquiera que quiera apoderarse del universo. Universo en el que él, quien lo escribe y quien lo lee comparten ese destino formidable de la narrativa de Mario Levrero, donde plan, misión, método y azar se convierten en palabras con un significado distinto del que tienen habitualmente. Así como triunfo o éxito. Con mejor puntería que nunca, el genio único de Levrero nos conduce por una serie de pasajes y galerías que suman la sordidez y la contundencia del thriller con la intriga de la novela de espías para dejarnos en el umbral majestuoso donde nos es dado reconocer y admirar la más generosa y refinada literatura.
Autor: Levrero, Mario
Editorial: Mondadori
ISBN: 9788499899442
Generado con: QualityEbook v0.73
Nick Carter
se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo
Estados Unidos tiene un plan para apoderarse del universo. Mientras todos llegamos tarde, Nick Carter tiene un plan para derrotar a cualquiera. La contundencia del thriller sumada a la intriga de la novela de espías nos muestra una vez más la refinada literatura de Mario Levrero.
Mario Levrero, 1975
A Ricardito
con alevosía
M. L.
EXORDIO
NICK CARTER Y LOS APUROS DE UN LORD
AGARRADO de la soga, mis pies golpearon y rompieron el enorme vidrio de la puerta-ventana del bungalow de Lord Ponsonby; mi cuerpo atravesó esta puerta-ventana y fui a aterrizar blandamente, a las cinco en punto de la tarde, junto al sillón donde el Lord levantaba ceremoniosamente su taza de té.
—¡Cristo! —vociferó, dando un salto. Y luego, al reconocerme—: ¿Es usted, Carter? ¿No tenía otra manera de...?
Me dejé caer en el otro sillón. Mi taza de té estaba servida. Me sentí un poco ridículo. Lord Ponsonby volvió a sentarse; no había derramado una sola gota de su té. Tinker, mi ayudante, se movió inquieto en el interior del bolso de mano. Aflojé los cordones para que pudiera asomar la cabeza y respirar con mayor comodidad.
—A veces no puedo contener mi exhibicionismo —expliqué al Lord, levantando yo también la taza para llevarla a mis labios—. Créame que lo siento.
Hubo una pausa para saborear el té. Lo encontré excelente.
—Vea, Carter —dijo luego el Lord—, iré derechamente al grano. Necesito sus servicios.
Asentí. Por detrás del Lord, mi imagen satisfecha se reflejaba en un enorme y hermoso espejo que duplicaba el salón.
—Lo sabía —comenté—. Este era otro motivo para entrar así en su casa, Lord. Quería demostrarle mi excelente estado físico, mi pujanza...
—No era necesario.
—Gracias.
—Ahora, preste usted atención, por favor, Carter. No puedo darle mayores detalles, porque ignoro casi todo. Pero me consta que algo se va a producir, y muy pronto, en el Castillo. Como usted sabrá, el Castillo...
Me distraje de los detalles. Sabía vagamente que una hija del Lord se había casado y habitaba con su marido un castillo; sabía que a ese castillo se invitaban a menudo personalidades... Pero comencé a preocuparme por mi imagen en el espejo: se había levantado del sillón y salía de la pieza. Traté de que el Lord no advirtiera mi preocupación, pero no podía menos que estar pendiente de lo que sucedía en el espejo. Por las dudas, hundí la cabeza de Tinker en el bolso y volví a apretar los cordones. Hay cosas que ni siquiera mi ayudante tiene por qué saber.
—Ahora bien —proseguía el Lord—; me consta que algunos de los invitados han recibido ciertas amenazas... que algo está por desencadenarse allí...
—Muy interesante —dije. Llevé la mano al bolsillo de la chaqueta y extraje mi cigarrera dorada, la que extendí abierta al Lord. Él negó con un ademán, y extrajo un puro del bolsillo superior del chaleco. Tenía que distraer al Lord por todos los medios: mi imagen había regresado al espejo, acompañada de la hija menor de Lord Ponsonby. Ambas imágenes estaban desnudas y se acariciaban impúdicamente. Mi imagen se había acercado todo lo posible a la superficie del espejo y exageraba sus obscenidades. Si el Lord se daba vuelta, yo estaba perdido. La hija del Lord era una niña; apenas diez u once años. Tenía cabellera rubia y larga, lacia, y mi imagen lamía unos pequeñísimos pechos puntiagudos al tiempo que las manos encerraban unas nalgas pequeñas pero perfectamente redondeadas.
—Usted comprenderá que necesito más detalles, todos los detalles posibles —dije, mirando fijamente al Lord, mientras mi frente se cubría de gotitas de sudor. Noté que mi voz era demasiado aguda.
—He preparado una lista con los nombres y las ocupaciones de los invitados —dijo, y me extendió un papel que había sacado del bolsillo inferior derecho del chaleco—. He señalado con una cruz aquellos de quienes tengo constancia que han recibido amenazas.
Yo deslicé el papel dentro de la bolsa de Tinker. Ya imaginaba lo que haría: tiene la manía de doblar los papeles por la mitad, varias veces sucesivas, desde que se enteró de que no hay papel, por grande que sea, que pueda doblarse más de ocho veces sobre sí mismo. Él, sin embargo, había logrado doblar algunos hasta sesenta y cuatro veces. Ahora creía oírlo, dentro del bolso, doblando y doblando.
—Además —dijo el Lord—, tengo listo este cheque para usted. Bastará para cubrir algunos gastos, independientemente del resultado de sus investigaciones.
Apreté los dientes y traté de contener un gesto de horror. Mi imagen estaba devorando a la niña; había comenzado por el sexo, clavando los dientes, y arrancaba pedazos de carne. Mi imagen tenía una expresión diabólica con la boca llena de sangre y unos dientes espantosamente crecidos, mientras la niña sacudía la cabeza de un lado a otro, llena de placer.
Lord Ponsonby me alcanzó un cheque por mil dólares, y de inmediato lo deslicé en el bolso de Tinker. Lo doblaría también, y sería imposible cobrarlo; pero yo ya no sabía lo que hacía.
—Toc, toc, toc —sonó débilmente el golpeteo de unos dedos contra un vidrio. Antes de que el Lord lo advirtiera, antes de que tuviera tiempo de echar un vistazo hacia la procedencia del sonido, el espejo, donde mi imagen se masturbaba triunfalmente con un pie apoyado sobre el vientre de la niña, abierto, y ella agonizaba, me levanté de un salto y cubriéndome con el escudo que tomé de una armadura de adorno que había en el salón me arrojé contra el espejo y lo hice añicos.
—¡Esto es demasiado! —gritó el Lord furioso, poniéndose de pie.
—Alto —dije, con cierta calma—. No se apresure a juzgar. Recuerde que está ante el detective más grande del mundo. No haga preguntas. Acabo de salvar su vida.
El Lord se puso pálido.
—¿Salvar mi vida? —preguntó, asombrado.
—Sí. Salvar su vida. Pero no tema; el ataque estaba dirigido contra mí. Tengo un asunto pendiente con Watson, el socio de los monstruos marinos.
El Lord respiraba con dificultad.
—Pero ese espejo...
—¡Sht! Ni una palabra. —En un pequeño fragmento de espejo, vi la cara de mi imagen que me hacía una mueca de burla—. Ahora debo irme. No se preocupe. Deje todo en mis manos.
—Espero que sepa lo que hace —comentó el Lord, con un suspiro, mientras yo enrollaba la cuerda en mi muñeca y tomaba el bolso con mi ayudante.
—Ya tendrá noticias mías —dije, y dando un alarido me lancé nuevamente, con violencia, a través de la puerta-ventana.
PRIMERA PARTE
Nick Carter en la alta sociedad
I
NICK CARTER Y LA REUNIÓN DE LOS ARISTÓCRATAS
SUBÍ de ocho en ocho los escalones de madera que llevan a mi oficina de la calle Baker. En el segundo piso me crucé con un hombre que bajaba; sin duda un extranjero. Tenía desatados los cordones de los zapatos, mal hecho el nudo de la corbata y cierto desorden en los cabellos. Realicé una serie de deducciones obvias (las deducciones forman parte de mi oficio; a veces, como en este caso, las hago mecánicamente). Saludé al pasar a Virginia, mi secretaria, quien se arreglaba el pelo en la antesala, detrás de su pequeño escritorio, y ya en mi despacho, dejé en el suelo el bolso de Tinker y le aflojé un poco los cordones. Sobre mi escritorio se había acumulado un montón de correspondencia. Me llamó la atención un paquete pequeño, envuelto en papel de estraza, que había venido por correo; no llevaba remitente. Lo dejé para más tarde; nosotros los detectives famosos tenemos infinidad de enemigos, y ese paquetito podía ser una trampa mortífera. Algo que explotara al contacto con el aire, por ejemplo. Ya se lo haría abrir a Tinker. Por el momento me dediqué a la correspondencia. Nada demasiado interesante: una invitación para una fiesta, otra invitación para otra fiesta; varias cuentas que no pensaba pagar, una docena de amenazas de muerte, de distintos enemigos, algunos verdaderos, pero en su mayoría gente histérica que se descarga mediante anónimos; y otra carta, la más importante, proveniente de un país latinoamericano cuya exacta ubicación en el mapa me es imposible recordar; se trataba de un escritor desconocido, solicitando que le permitiera utilizar mi nombre para una serie de novelas policíacas que pensaba escribir. Pulsé el timbre del intercomunicador.
—¿Yes? —se oyó la voz de mi secretaria.
—Grey Hound talking. Grey Hound talking. Cambio.
—¡Oh, Nick! Déjese de tonterías. No hay nadie en la antesala. ¿Qué quiere?
—Venga con el block de notas. Tengo una carta para dictar.
—O.K.
Al instante se abrió la puerta del despacho y entró Virginia. Tiene un cuerpo menudo y agradable. Es una secretaria excelente, y cuenta además con la inapreciable virtud de ser terriblemente ninfómana. La miré con simpatía.
—A fin de mes recuérdame que te aumente el sueldo —dije.
—Hace seis meses que no me paga —respondió.
—Ah, mi querida Virginia —sonreí, con aire complacido, echándome hacia atrás en el asiento—. Todo va a cambiar. Tengo un asunto extremadamente jugoso entre manos. Dentro de poco, verás cómo esta triste oficina se cubre de dinero... Mientras tanto —agregué, estirando la mano—, ¿cuánto te dejó el tipo ese?
—Oh —suspiró Virginia, metiendo la mano en la liga—. Tenía que cruzarse con él... Bueno, no tuve tiempo de contarlo. —Fue poniendo los billetes y monedas sobre el escritorio—. Dos libras esterlinas, catorce dólares, siete francos suizos, un doblón antiguo...
—Perfectamente —dije, tomando el dinero—. Ten este dólar para cigarrillos. Ahora te voy a dictar. “Estimado señor...”
—Un momento, Nick. ¿No podrías dedicarme apenas unos minutos? —tiró de uno de los hombros de su vestido enterizo y se lo quitó limpiamente, con suma habilidad.
No usaba, por lo general, ropa interior.
—¡No! —grité—. ¡Ahora no! Tengo mucho que hacer, hay mucho trabajo acumulado... ¡No, no! —Me levanté del sillón y empecé a correr alrededor del escritorio, perseguido por la ninfómana.
—Un minuto, sólo un minuto... —murmuraba ella. Sé que cuando le ataca es inútil resistir. Volví a hundir a Tinker en el bolso, y me senté en el sofá.